Al lado de casa tengo varios supermercados. Un Día, un Lidl, un Carrefour y un Mercadona a menos de un kilómetro de casa. Mi mayor gesto ecológico de los últimos meses es ir a comprar a ellos en bicicleta. Casi todo lo demás me da igual.
Hasta hace unos días creía que tenía un raro transtorno. Imaginar la vida de la gente a través de lo depositado en la cinta de la caja. Supuse que tenía que ver con mi obsesión por la «marca personal» y los símbolos.
Te explico que yo soy una experta en símbolos. Se me da bien. Eso de controlar la imagen que proyecta una persona a través de los símbolos que usa, es algo que se me da especialmente bien. Y con eso puedo cambiar la imagen que cualquier persona proyecta en Internet.
Un símbolo es una convención social. Por ejemplo, llevar gafas de pasta era un símbolo reservado para los intelectuales. Poco a poco fue perdiendo su poder simbólico a la par que lo usaba todo el mundo. Es decir, que un símbolo puede mutar de significado.
La cuestión es que es fácil usar símbolos y ponerlos al servicio de nuestra imagen en Internet. Es el recurso más sencillo para decir cosas que no decimos. Para dar credibilidad a lo que hacemos.
No hay más que pasarse por la página de una «coach» recién salida del horno. Mismo tipo de fotos. Mismo tipo de vídeos. Textos proyectando lo mismo. Y la visión de «¿ves qué bien me da?», que al cabo de los meses se desmonta cuando por casualidad hace un video donde se ve que sigue viviendo con los padres.
Los símbolos necesitan consistencia para ser creíbles.
En los supermercados como los de al lado de casa, todo es de verdad.
La cinta de los supermercado no miente.
Tú eres la cinta de la caja del súper.
Tu familia es en realidad lo que hay en la cinta de la compra.
Ayer fui a la compra. Era el último día que tenemos a los hijos mayores. Mañana les toca la semana con los otros padres. Así que era día de caprichos. Eso incluye espaguetis con salsa boloñesa y gofres.
Espero que sus otros padres sean mucho más sanos que nosotros y compensen con frutas y verduras. Aquí somos bastante consentidores. Qué le vamos a hacer.
Mi cinta de la compra varía.
Suelo comprar ingentes cantidades de huevo. Lo mismo ceno que desayuno huevos.
Mi desayuno favorito es la tortilla japonesa. Lleva soja y un poco de azúcar. No me puedo resistir a esta tortilla. Suelo comprar mucha salsa de soja.
La coca-cola. Eso aparece mucho en mi carro de la compra. Junto a la bebida energética, que cada cual tiene sus vicios. Y yo adoro mi respuesta a la cafeína.
Macarrones. Me encanta la comida fácil como los macarrones con tomate. O el arroz basmati con una lata de calamares en tinta americana. Eso último es mi comida comodín cuando estoy sola.
En verano voy a una frutería de esas de «directo al consumidor» a por tomates para el gazpacho y salmorejo, sandía y a veces melón. El resto de verduras no noto tanta diferencia. Por cierto, ayer os publiqué mi receta del salmorejo.
Y cerveza «lager», porque la «pilsen» ya nos resulta fuerte con la edad. A media tarde del frigorífico de fuera están perfecta. Sólo tenemos ahí las bebidas. Así que como no se suele abrir se conservan más frías. Además tenemos vasos helados aprovechando el congelador.
En invierno compro harina, mucha. Alfonso me trae sacos enormes del Mercadona. Hago muchas pizzas desde que vi el vídeo de Svieta, mucho pan dulce y tortitas americanas para desayunar.
En conclusión, si quieres conocer a alguien no mires sus redes. Mira cómo queda la compra en la cinta de la caja del supermercado.