Cuentos

Me gusta escribir y me gustaría que también conocieras mis cuentos.

 

LAIA Y EL AUTOBUS

No fue de repente.

 

No es por hacerse notar. Laia siempre llega tarde porque odia las normas.

 

Hace más de cinco años desde la última vez. No quiere volver a sentir esa angustiosa sensación de nuevo. La asfixia de verse atrapada dentro de su propia historia. Atraída, de forma irracional, a lo peligroso. Laia quiere confirmar algo que encarna una parte oscura de ella misma que quiere ignorar.

 

Le incomoda enormemente tener que predisponerse a algo. Por eso ahora mira su imagen, reflejada en los cristales de la marquesina del autobús ,  y no se reconoce. Su imagen no es la que hubiera escogido, no representa lo que quiere decir con ella.

Podrías notar su respiración tan profunda que pareciera dormida.

 

Lleva la cruz del amor eterno engarzada en una correa de cuero negro. Se torna diferente alrededor de su cuello. Esa cruz que le regaló alguien que le prometió amor eterno durante dos meses. Los tatuajes recubren su piel en lugares dolorosos y escondidos. Esos que se hizo porque le faltaban recursos para descubrirse sinceramente ante otros. Laia se cubre de símbolos que recorren de forma estratégica todo su cuerpo.

 

Los símbolos, ella lo sabe, dicen mucho más que cualquier conversación. Sobrepasan la razón, para llegar a la emoción sutilmente. Hoy no expresan lo que siente. O quizás esta noche, los símbolos se estaban apoderando de ella.

 

Solo bastó una noche para alejarse de él como si de fuego se tratara. De eso hace cinco años. Ella controla cada símbolo, pero él dominaba a la perfección cada concepto.

Cada hombre que pasa por su vida representa algo que desea poseer. Por eso él le supone tanto, le molesta tanto y le atrae tanto. Porque representaba algo doloroso que ella quiere a escondidas, sin que nadie lo sepa.

 

No puede calificarlo de relación. Al profundizar en él se relaciona consigo misma. Se acuesta consigo misma. Se encuentra, de primeras, prisionera de su propia representación.

 

Es como poseer su deseo encarnado en él. Daba igual quien fuera. Esta vez no iba a ser diferente. Se encontraría con él… con ella. Acabarían de nuevo acostándose. Queriéndose un rato. Pero nunca amándose. Si se amaran entre ellos, se amaría cada uno a si mismo. De esa manera estarían amando lo que ellos querían haber sido.

 

En realidad, sólo querían poseerse mutuamente para atrapar, por un instante, lo que representaba el otro.

 

En un gesto sutil, Laila toma la cruz del amor eterno en su mano. Hace frío, y la cruz está helada. No se corresponde al calor de su cuerpo. Le molestaba el contacto con su pecho esta noche. Sin querer espera el autobús aferrada inconscientemente a su símbolo. Esta noche no era la indicada para llevarla, desafiante, alrededor de su cuello.

 

Laia se preguntaba si había relación entre las cosas y aquello que las encarna.

 

Laia se preguntaba si la realidad era acaso un vacío y la copia en el espejo podría ser la evidencia de su precariedad. Laia pensaba que había muchos nombres que vagaban por el mundo retratando la angustia de no ser lo que nombraban. Laia había decidido no correr tan afanada hacia el autobús porque no quería que su vida dependiera de un concepto. Tampoco la puntualidad se correspondía con su palabra porque no se puede llegar con retraso al destino.

 

Laia, por fin, había decidido que debería dejar de enamorarse de conceptos y enamorarse de personas.