Siempre he sido de pocas normas en casa. Hasta me ha costado entender a importancia de los límites hasta que las circunstancias adversas de las familias reconstituidas, han comenzado a complicar en la crianza.
Al tener un hijo yo, una hija mi marido y un bebé en común, hemos tenido que poner más en común la educación. Pero además partimos de que los niños, en las casas de los otros progenitores son hijos únicos y que en diferente grado, tenemos entendemos la educación de un modo diferente en las tres casas en las que los niños se crían.
Por ejemplo, para mí las normas sociales y más a partir de los cinco o seis años son muy importantes. Comportarse en la mesa, saludar, despedirse, ser respetuoso con la gente que viene a casa, es fundamental. Y la falta de límites era muy apreciable. En parte porque yo misma no había entendido lo necesarios que eran, para que no tuvieran problemas cuando estábamos con otras personas, familia o amigos. Que es cierto que lo que de pequeños puede resultar gracioso de mayores resultaba menos gracios, y un incordio. Y tenían que entender que ciertas normas sociales.
También teníamos conflictos con uno de los niños al dormir, porque estaba acostumbrados a hacerlo de manera diferente. Con el bebé además tuvo cierto retroceso que llegó a convertirse en algo de proporciones épicas en un afán desproporcionado de solucionar un problema que no existía por la otra parte.
Es normal que cuando existen conflictos entre los padres estos drenen hasta las entrañas de cualquier parte de la vida normal de un niño. Y que acabe adquiriendo un cariz exagerado hechos nimios como desajustes mínimos a la hora de dormir en una casa y otra.
Otros problemas que hemos tenido tenían que ver mayoritariamente con normas sociales y culturales, que cuando llegan a cierta edad hay que ir puliendo.
Nuestras normas básicas vienen a ser las de casi cualquier casa, solo que en esta determinamos tenerlas por escrito en lugar visible. A ver si así, podíamos integrarlas rápido.
Las normas básicas empiezan por no mentir. Ojo, esta norma puede parecer estúpida. Pero muchos padres separados lidiamos a menudo con dos grandes problemas. Primero un conflicto de lealtades, en que el niño miente para sentir que pertenece a la casa de uno o de otro. Por ejemplo, es habitual que parezca que en la otra casa lo pasan mal o que los castigan por llamar la atención.
También se dan circunstancias en que ellos piensan que hay cosas que al otro progenitor no le pueden contar, como que se han quedado la noche en la casa de otra persona o que se han dormido tarde. A veces porque saben que hay un conflicto. Otras porque lo imaginan, y deciden mentir.
La verdad es que es el tema que más me cuesta a mí, particularmente. Ya que las consecuencia a veces pueden ser completamente agotadoras, y genera muchísimas discusiones.
El resto de normas versan sobre no gritar, no «chinchar», no pegar y no romper las cosas de los demás. Y las sociales, como saludar y despedirse de manera educada.
Los límites son necesarios y yo siento que deberíamos haber intervenido antes y haber hecho que todo esto fuera más claro. Pero más vale tarde que nunca. Y no paro de aprender. Así que esto es lo que trabajamos a diario en casa. Como veis cosas muy sencillas, que nos facilitan la convivencia a todos.